El
sexo es un juego muy solitario para aquellos que entregan el alma y a cambio
reciben un cuerpo. Un cuerpo tibio que de manera lasciva entrega besos y
caricias. Cuando es así, sólo se busca acabar con placer, encontrar un
bienestar físico mediante el orgasmo.
Cuando el sexo es la expresión física
del amor, no se recibe a cambio un cuerpo sino un alma, entonces la búsqueda de
la cúspide no es el orgasmo, sino la comunión.
Entregarle el alma a un cuerpo a menudo termina con final dual: uno derramando
la semilla placenteramente, y el otro vacío, sin alma y (generalmente) sin
orgasmo.
La comunión de almas es un medio divino para el hombre, pues la necesidad
instintiva del sexo no se remite exclusivamente a la procreación o al gusto por
el mismo, sino a la expresión muda de un sentimiento mutuo, es ahí donde se
logra la conexión divina.
Por un momento somos capaces de coexistir juntos en un plano suprahumano lejos
del mundo, sus problemas y sus ruidos.
Entregarle el alma a un cuerpo a menudo termina con final dual: uno derramando la semilla placenteramente, y el otro vacío, sin alma y (generalmente) sin orgasmo.
La comunión de almas es un medio divino para el hombre, pues la necesidad instintiva del sexo no se remite exclusivamente a la procreación o al gusto por el mismo, sino a la expresión muda de un sentimiento mutuo, es ahí donde se logra la conexión divina.
Por un momento somos capaces de coexistir juntos en un plano suprahumano lejos del mundo, sus problemas y sus ruidos.
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