lunes, junio 2

Repugnante


El sol apenas cubría una parte del callejón cuando ella caminaba sola a casa, después de una noche larga de trabajo. Por la falda asomaba ese rincón que ya no dilataba, pero aún valía.  A medida que clavaba los tacones en la piedra resbalosa de la colina, sus piernas propiciaban un suave balanceo de nalgas, que parecían bailar al compás de la melodía de sus pies. El callejón a media luz apenas respiraba; ni si quiera los cantores matutinos habían estirado las alas. La fondita todavía no olía a café, la plaza aún no se llenaba de ancianos.
Del silencio salió sigilosamente una sombra cuya mano fría posó dentro de su falda. Sólo la delgada tela de la tanga interpuso camino entre su vagina y aquellos dedos ávidos de contacto. Cuando Ella volteó buscando un rostro culpable, tuvo que ver un poco más abajo de lo esperado. Ese rostro simulaba una inocencia confusa, pero bastó mirar sus ojos sólo unos segundos  para reconocer en ellos una densidad que hubiera atribuido al más miserable de sus clientes. Aquél cuerpo temblaba, y ese temblor sacudió en ella algo más que el coraje. Gritó todo el aire de sus pulmones y él corrió muy rápido hasta volverse penumbra otra vez. 
Cuando Ella se dispuso apresuradamente llegar a casa, el golpe de las zapatillas fungió como alarma para la mañana, que con su canto, sus aromas y sus ancianos, emprendió un nuevo día. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario