Tanta muerte ya me dio hambre.- Le escuché decir esa mañana. -¿Cómo no te da asco decir eso con lo que acabamos de hacer? estás bien pinche loco.
-¿Y tú crees que la carne asada que te atascas no es un cadáver calcinado también? Hasta se me hizo agua la boca...
-No mames pendejo, es bajo un contexto muy diferente, además, ¿qué carne puede tener esa madre?
-No sé, a lo mejor todo esto que acabamos de quemar sería un manjar para un simio.
-Te la mamas.
-That's what she said...
-¿Le entrarías a un perro?
-¿Cómo?
-Así güey, que si te comerías a tu perro.
-¿Asado?
-Pues órale güey, que ya hace hambre.
El callejón se llenó de ese humo negro que va perseguido por el fétido olor de la carne y pelo socarrados. Ese mismo aroma atrajo a Elmer, el vagabundo del barrio, se acercó sin decir nada. Sus ojos agachados reflejaban el hambre y la súplica. -Llégale güey- Le dijimos.
Apresurado se agachó junto a la hoguera y comenzó a descuartizar esa figura carbonizada, que aún tenía reflejo en las patas y un movimiento suave en sus párpado parecía revelar que observaba cómo sus miembros le eran arrancados sin pudor. Al menos así me lo parecía. Elmer semejaba una hiena hambrienta o un buitre comiendo carroña.
-Apuesto que su cabeza es nido de manjar de simio también.
Ese fue el epitafio final antes de volvernos buitres.
Bacano escrito y blog,
ResponderEliminarnos leemos.
Saludos.
Te la rifaste aquí, Pau.
ResponderEliminar