A mí no me emocionan
las drogas. Lo hago cuando me dan ganas
pero sobrevivo sobria la mayor parte del tiempo. Él necesitaba su dosis de LSD para
funcionar en el día. A ello le sumaba un gallo, mucho aguardiente, y de vez en
cuando un pase o dos. Pero el LSD era fundamental en su día. Yo no sé qué
visiones o sensaciones le producía que le hacía su vida bohemia mucho más relajada. Además, escribía
virtuosamente. Tampoco sé si se debía a las drogas, pero yo apostaría más por
el trabajo arduo y la pasión.
Yo odio escribir,
decía. Que lo siga odiando, pero que no lo deje, siempre pensé. Él no entendía
por qué me permitía estar tan triste, estresada, enojada con la vida, si ahí
estaban los instrumentos para desaparecerlo todo, pero yo nunca quise colocarme
enfrente de él, nunca pude.
Él no se daba cuenta
pero llegaba a ser pasivamente agresivo. Cuando le mostraba mis escritos llenos de
lugares comunes se alteraba mucho, no lo demostraba con palabras, pero lo veía
en sus ojos y en el movimiento de sus manos. Daba miedo en esos momentos. Se
sentaba en la orilla del banco con el cuento en una mano y el lápiz en la otra -Hay
que chambear más. Siempre reprochaba.
A veces llegaba y me
hablaba sobre escritores que yo no conocía y sólo me quedaba callada escuchando
atenta. A sus preguntas siempre respondía una sonrisa tímida que a él
desesperaba de inmediato y mejor buscaba alguien más con quién hablar. Yo
pensaba “no me preguntes, no sé nada”.
Pero me gustaba mucho su manera de describir los textos, tan plástica,
tan gráficamente, como si él mismo fuera el autor.
Una vez después de un
encuentro de escritores, fuimos a un hotel donde se quedaban los participantes
extranjeros. En los cuartos había toda clase de drogas, y muchas de ellas
estaban patrocinadas por él. No compraba zapatos nuevos pero nunca le hacían
falta sus dosis, hasta para compartir.
Lo vi meterse al baño y
no lo vi salir hasta mucho después. Tenía la pupila grande y platicaba como
distante, cada vez más lejano. De pronto se sentó en la cama y empezó a
balbucear cosas, no estoy segura pero creo que eran los diálogos de Pedro
Páramo. Hasta que quedó como televisión en estática, al menos así imagino el ruido en su
cabeza. Y escapó, al fin, del mundo y de su vida bohemia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario