domingo, junio 15

Adiós

A mí no me emocionan las drogas.  Lo hago cuando me dan ganas pero sobrevivo sobria la mayor parte del tiempo. Él necesitaba su dosis de LSD para funcionar en el día. A ello le sumaba un gallo, mucho aguardiente, y de vez en cuando un pase o dos. Pero el LSD era fundamental en su día. Yo no sé qué visiones o sensaciones le producía que le hacía su vida bohemia mucho más relajada. Además, escribía virtuosamente. Tampoco sé si se debía a las drogas, pero yo apostaría más por el trabajo arduo y la pasión.

Yo odio escribir, decía. Que lo siga odiando, pero que no lo deje, siempre pensé. Él no entendía por qué me permitía estar tan triste, estresada, enojada con la vida, si ahí estaban los instrumentos para desaparecerlo todo, pero yo nunca quise colocarme enfrente de él, nunca pude.

Él no se daba cuenta pero llegaba a ser pasivamente agresivo.  Cuando le mostraba mis escritos llenos de lugares comunes se alteraba mucho, no lo demostraba con palabras, pero lo veía en sus ojos y en el movimiento de sus manos. Daba miedo en esos momentos. Se sentaba en la orilla del banco con el cuento en una mano y el lápiz en la otra -Hay que chambear más. Siempre reprochaba.

A veces llegaba y me hablaba sobre escritores que yo no conocía y sólo me quedaba callada escuchando atenta. A sus preguntas siempre respondía una sonrisa tímida que a él desesperaba de inmediato y mejor buscaba alguien más con quién hablar. Yo pensaba “no me preguntes, no sé nada”.  Pero me gustaba mucho su manera de describir los textos, tan plástica, tan gráficamente, como si él mismo fuera el autor.

Una vez después de un encuentro de escritores, fuimos a un hotel donde se quedaban los participantes extranjeros. En los cuartos había toda clase de drogas, y muchas de ellas estaban patrocinadas por él. No compraba zapatos nuevos pero nunca le hacían falta sus dosis, hasta para compartir.

Lo vi meterse al baño y no lo vi salir hasta mucho después. Tenía la pupila grande y platicaba como distante, cada vez más lejano. De pronto se sentó en la cama y empezó a balbucear cosas, no estoy segura pero creo que eran los diálogos de Pedro Páramo. Hasta que quedó como televisión en  estática, al menos así imagino el ruido en su cabeza. Y escapó, al fin, del mundo y de su vida bohemia.

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